Me acusaron de ser el primer caso COVID-19 en El Salvador y un pueblo entero se volcó en mi contra

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A cinco años del inicio de la cuarentena obligatoria en El Salvador, revivo en este relato la experiencia de un soñado viaje que se convirtió en una pesadilla después que los vecinos me señalaron de ser la primera portadora de COVID-19 en el país, desatando una ola de amenazas y ataques. 

En resumen:

  • En 2020, una enfermedad infecciosa causada por el SARS Co-V-2 se extendió por todo el mundo, provocando millones de muertes, cuarentenas, restricciones de viaje y limitaciones al comercio internacional.
  • El virus que se originó en China generó ataques xenófobos contra asiáticos, personas contagiadas y el personal médico y sanitario de primera línea.
  • El Salvador reportó más 4.230 muertes por el coronavirus y durante los meses que duró la cuarentena hubo violaciones a derechos humanos.

Por Andrea Escobar

Los rumores viajan más rápido que los virus. A principios de 2020, el COVID era todavía una noticia lejana. En la ciudad de Wuhan, China, las autoridades reportaban el brote de un peculiar virus desde diciembre de 2019, pero en El Salvador, la vida seguía igual. 

Así que en enero decidí emprender mi primer viaje fuera del país. Fui a visitar a mi prima Michel en Milán, Italia. Tenía cuatro años de no verla. Era un viaje que habíamos planeado desde hacía meses.

Para entonces, tenía 19 años de edad y era la primera vez que viajaba sola. Estaría fuera de casa durante un mes. Los primeros días en Italia los viví con tranquilidad, hasta que el 31 de enero de 2020, dos turistas chinos en Roma dieron positivo a este virus. En menos de tres semanas, Italia había pasado de tener solo dos casos de coronavirus al mayor brote después de China.

De primera mano, vi cómo los supermercados quedaron vacíos. Con mucha urgencia, las personas se llevaban los suministros para mantenerse en casa y las farmacias carecían de alcohol gel y mascarillas. Esa semana se paralizaron muchas actividades, excepto el trabajo de Michel, quien es enfermera auxiliar y tuvo que estar de primera línea durante este brote en el SARS Co-V-2 en la ciudad.

El 25 de febrero, tres días antes de mi regreso a El Salvador, el presidente Nayib Bukele anunció la prohibición de ingreso para personas procedentes de Italia y Corea del Sur, además de la obligatoriedad de una cuarentena de 30 días para los connacionales que retornaran al país. Traté de adelantar mi vuelo, pero no fue posible.

Captura de pantalla de la órden de Bukele sobre la prohibición del ingreso de personas procedentes de Italia y Corea del Sur.

Volví a El Salvador justo cuando las medidas comenzaban a endurecerse. Mi mamá fue a recogerme al Aeropuerto Internacional San Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, sin saber qué esperar. “Yo iba con angustia e incertidumbre porque no sabía qué iba a pasar, fui porque quería saber al menos donde te iban a dejar”, recordó mi madre.

Fotografías de mi vuelo de regreso a El Salvador el 28 de febrero de 2020.

A pesar de las medias estrictas, al llegar a migración en el aeropuerto, las personas que me evaluaron dejaron que me fuera a mi casa con el argumento de que “lo más probable es que yo tuviera el virus”, y de esta manera, no contagiara a las personas en los centros de contención. Así que entré por registro oficial y no de forma furtiva en algún punto ciego.

Me explicaron que, ya que yo vivía con mi mamá, debía permanecer en mi cuarto, siempre tener puesta una mascarilla y no compartir los platos y los cubiertos con ella. Además, me llamarían todos los días por teléfono de parte del Ministerio de Salud (MINSAL) para poder evaluar mi temperatura y otras cosas.

También me explicaron que durante mi aislamiento, recibiría visitas de doctores del Hospital Arturo Morales de Metapán, un día sí y un día no, para poder revisar mi respiración, temperatura y presión arterial. Y así fue. 

Mi aislamiento comenzó ese 28 de febrero por la noche. Sin embargo, al pasar de dos días, el MINSAL dio la orden que mi mamá también guardara cuarentena conmigo por posible nexo epidemiológico. 

Paciente cero en Metapán 

El COVID-19 vino acompañado por una pandemia de desinformación que alborotó las redes sociales. 

Oficialmente, el primer caso de contagio por COVID-19 fue informado el 18 de marzo, y supuestamente registrado en Metapán, ciudad en la que yo residía en ese momento. Bukele hizo el anuncio durante una de sus polémicas cadenas nacionales de radio y televisión y explicó que se trataba de una persona que viajó a Italia y que había ingresado por un punto ciego.

Portada del periódico La Prensa Gráfica del 19 de marzo de 2020.

“Oficialmente ya tenemos un caso de COVID-19 en El Salvador. El paciente es una persona con salida migratoria hacia Italia, pero no tenemos su ingreso, por lo tanto presumimos que debió haber entrado por un punto ciego”, dijo el mandatario.

Mi mamá y yo en ese momento sabíamos que las personas se voltearían en nuestra contra, porque era innegable la cantidad de coincidencias que habían con este caso y el mío. No nos equivocamos.

Entonces comenzó todo. La escasa información fue recibida con temor por los metapanecos. Al final de la cadena nacional, una foto mía y de mi mamá fue publicada junto con la acusación de que yo había traído el virus al país. 

La historia no tardó en viralizarse. Casi de inmediato empezaron a llegar mensajes amenazantes, llamadas de familiares preguntando si estábamos bien y comentarios en redes sociales culpándome de ser el paciente cero. 

A pesar de que entré legalmente al país, y que estaba cumpliendo al pie de la letra la cuarentena, me convertí en el enemigo público número uno de un pueblo entero. 

Bukele también ordenó en Metapán la instalación del primer “cordón sanitario” con el objetivo de evitar una propagación. La medida duró más de 48 horas. Las calles se vaciaron y la gente se encerró en sus casas. La ciudad estaba acordonada por soldados y policías, nadie podía entrar ni salir sin autorización.

Al día siguiente de la declaratoria, comenzaron a circular cadenas de WhatsApp con el supuesto recorrido del paciente contagiado. Lo único que se sabía, según el entonces viceministro de Salud, Francisco Alabí, era que se trataba de un joven de entre 20 y 40 años, como explicó en una entrevista en una televisora local.

Alabí pidió calma y advirtió que no se difundiera información falsa, además, aseguró que la familia del paciente había colaborado para reconstruir sus movimientos en el país. Sin embargo, eso no detuvo a quienes ya me habían señalado y culpado.

Sentía miedo e indignación. Me preocupaban dos cosas: la posibilidad de estar contagiada y las acusaciones de amigos, compañeros de universidad, vecinos e incluso buena parte del municipio me culpaban sin razón. Pueblo chico, infierno grande.

Incluso, algunos restaurantes conocidos dejaron de hacernos entregas a domicilio, argumentando que a mi colonia no podían entrar para no contagiarse de coronavirus.

Lo más difícil fue cuando comenzaron a amenazar con llegar hasta mi casa para comprobar que me encontraba ahí. Ante esa situación, las autoridades ordenaron que la policía custodiara mi residencia. La presencia de agentes armados alteró aún más a los vecinos; temían por su seguridad y se incomodaban al ver patrullas rondando la zona. 

“Yo solo te digo que yo ya me informé que tú andabas por Italia y que no veo que te hayan hecho un examen así que si llegan por ahí ya sabes quién fue”, escribieron en uno de los tantos mensajes.

Capturas de pantalla de acusaciones recibidas en comentarios de Facebook y mensajes de Instagram.

Durante la pandemia del COVID-19 reinó la incertidumbre y la locura. Muchas personas al rededor del mundo sufrieron agresiones, discriminación, ataques o fueron escupidos, golpeados, principalmente contra asiáticos.

Muy pronto las amenazas se voltearon a los doctores que nos evaluaban a nosotras. En una ocasión, una doctora en su año social que nos examinaba periódicamente, recibió pedradas mientras se dirigía a otro domicilio. Sin embargo, ella y otro doctor nunca dudaron en apoyarme y defenderme de los comentarios en redes sociales.

Captura de pantalla de mensajes y comentarios de los doctores que me visitaban.

“Hemos decidido decretar cuarentena nacional para todo el territorio nacional”, pronunció Bukele la noche de aquel 22 de marzo en cadena nacional. Era una de esas noches en las que con ansias mi mamá y yo esperábamos sintonizar el canal 4 para poder escucharlo, para poder saber qué nos deparaba, qué derecho constitucional estaría rompiendo ese día. 

Metapán había dejado de ser el único municipio en cuarentena, todo el país se había convertido en una calle vacía.

Aún así, pienso que tuve mayor suerte que muchas de las personas que fueron detenidas por soldados y policías arbitrariamente y fueron enviadas a centros de contención por no acatar la cuarentena, pese órdenes de los magistrados de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de no hacerlo.

O el destino de otros cientos de personas que fueron deportadas desde Estados Unidos y luego fueron alojadas en vulnerables refugios, o las personas que soportaron hambre por la falta de ingresos, o las personas que perdieron sus empleos o vieron quebrar sus negocios o los salvadoreños que no podían retornar al país por los cierres de la frontera o aeropuertos.

Y más aún, yo y mi familia no fuimos de los 4.230 salvadoreños perdieron la vida por el virus, mientras que unas 201,785 resultaron contagiadas, según datos oficiales.

Seguí en casa después de terminar mi cuarentena obligatoria el 31 de marzo. Aunque ya había cumplido con el aislamiento personal, el país continuaba bajo cuarentena nacional obligatoria, que comenzó el 21 de marzo y se extendió durante 85 días, hasta el 14 de junio.

Durante esos meses, las restricciones establecieron que solo se podía salir según el último número del Documento Único de Identidad (DUI), para comprar alimentos, medicinas o realizar trámites bancarios. Mi mamá era la única que salía, respetando esas medidas.

Aun así, el rechazo era evidente. La reconocían en la calle. Algunas personas se cruzaban de acera para evitarla. En las tiendas la atendían con frialdad y, en cada lugar, le preguntaban si era cierto lo que había pasado con nosotras. Esa presión constante terminó afectando su salud: perdió 30 libras en poco tiempo y desarrolló hipertensión.

Aunque el 14 de junio finalizó oficialmente la cuarentena nacional, yo no salí de casa hasta el 13 de julio. Cuando por fin me animé a salir, me encontré con las mismas miradas y las mismas preguntas. Se volvió parte de la rutina tener que explicar, una y otra vez, lo que realmente ocurrió.

Hasta la fecha, no se ha aclarado quién fue el verdadero paciente cero en Metapán. 

Cinco años después, puedo mirar y abrazar a esa chica de 19 años que se enfrentó a la crudeza de una sociedad temerosa. Hoy agradezco la solidaridad de aquellas personas que se preocuparon y nos defendieron, a quienes nos dejaron comida en nuestra ventana, y a quienes preguntaron sin juzgar.

Hay pandemias que no se curan con vacunas, sobre todo la de la desinformación. Sin embargo, comprendo el temor que presenció una sociedad entera, porque yo también lo sentí.

Un abrazo para mis amigas con las que jugué parchís todas las noches de la cuarentena.

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